sábado, 22 de noviembre de 2008

Un gafe mirando a Cuenca


Esta mañana, mi vecino Diego estaba exhultante, cosa que me extrañó dado su habitual carácter cabizbajo. En la cafetería donde solemos coincidir algún que otro sábado, hasta me echó el brazo por encima, acercando su boca a la mía más de lo prudente, me dio cuenta del buen desayuno que había hecho: un zumo de naranja natural sin la más mínima acidez, en su justo sabor; un bollo con sobrasada y una taza de café con leche. Sin venir a cuento prosigue mi vecino: -vivo bien. No soy como esos que andan todo el día desmoralizado y desmoralizando a los demás. Y puntualiza con jactancia –yo no pago los muertos (se refiere a la póliza del seguro de defunción), el día que me muera que me entierren, pero fíjate –ahora recalca con vanidad- tengo nicho de por vida, pero si me decido por la incineración el nicho se lo puedo dejar a mi hija en herencia. Suena mi teléfono móvil -me voy a librar de este pelma, pienso. El amigo al que presté ayer el coche me dice que ha pinchado y no sabe como cambiar la rueda. Llamo al seguro de asistencia en carretera para que vaya a buscarlo.

Pero no me libro, no. Diego es funcionario, confiesa que le quedan siete años para su jubilación y que no va a aceptarla por anticipado. -Ya sabes (como si yo pensara como él, nada más lejos de la realidad), España es un país de miserables, de usureros, si acepto la jubilación anticipada me quitan un veinte por ciento, no saben que hacer (supongo que se refiere a la Seguridad Social) pa’ robarte lo que es tuyo. En ese momento un camarero se gira hacia mí y me estampa la bandeja contra el hombro desparramando los líquidos por el suelo. Diego no se inmuta. Persistiendo en su postura, sin soltar amarra, me muestra una sonrisa picarona con un guiño de ojo –anoche mojé. Puntualiza –dos veces. A estas alturas yo estaba buscando una mesa libre para esconderme debajo. -Ya sabes (vuelve a meterme en su grupo), los hombres tenemos que demostrar lo que somos. Puse a (menciona el nombre de la chica con la que supuestamente estuvo) mirando pa’ Cuenca* y la dejé con las piernas temblando.

A estas alturas ya le habría cogido de cuello de no haber tantos testigos en el local; poniendo cara de asombro, logré zafarme de su incómodo abrazo mientra cavilaba en las mutaciones que un supuesto polvete habían provocado en mi vecino, de habitual carácter sobrio, nada comunicativo. Al llegar a mi casa no pude entrar. Había perdido las llaves. En media hora recojo otro juego que guardaba en casa de mi madre. Por fin dentro, me dirijo al cuarto de baño: se había desprendido el espejo de la pared y se había hecho añicos sobre el lavabo. Me sobreviene la imagen del vecino Diego. -¡Este cabrón es un gafe, exclamo cabreado!.


*con este término (mirando pa’ Cuenca) podría estar dando a entender que puso a la chica de espaldas mientras la copulaba

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